El sábado pasado, luego de 33 días, concluyó la huelga de Essalud, que se inició el 7 de agosto y en la que participaron alrededor de 5.300 médicos de todo el país. El saldo de esta huelga es enorme: se dejaron de atender 672 mil citas, 21 mil operaciones, 150 mil sesiones odontológicas y 131 mil exámenes radiológicos en todo el país.
Los daños, sin embargo, no se han agotado en lo anterior. Essalud ahora enfrenta el enorme problema de administrar la larguísima lista de espera que se formó mientras sus empleados se encontraban en huelga.
Esta semana El Comercio recorrió los principales hospitales de Essalud en Lima y encontró, por ejemplo, junto a enormes aglomeraciones de personas que esperaban ser atendidas, especialmente en los consultorios de cardiología, neumología y gastroenterología de los hospitales Guillermo Almenara y Edgardo Rebagliati, el caso de un paciente de 68 años que sufre de hipertensión y que, habiendo tenido su última cita en mayo, vio suspendida por la huelga la nueva cita que en ese mismo mayo le dieron para agosto, y que ahora ha sido reprogramada para el 30 de noviembre.
Es innegable que las condiciones en las que trabajan los empleados de los hospitales de Essalud son deplorables, que sus sueldos son muy bajos, que se tiene que hacer algo para dar repuestas a sus válidos reclamos y que ellos tienen derecho a huelga para hacerlos valer. Sin embargo, nada de esto los legitima para vulnerar a otros ciudadanos que no tienen ninguna culpa de su situación: concretamente, a todas las personas necesitadas de atención médica, y sin recursos para recibirla en clínicas privadas, a las que dejaron varadas en sus hospitales. No en vano la ley establece claramente para el caso de huelgas en los servicios esenciales (como los de los centros de salud) el requisito de que se garantice la permanencia del personal necesario para asegurar la continuidad de los servicios.
Como los huelguistas optaron por ignorar esto y usar, por tanto, a los usuarios de Essalud como los rehenes de su negociación, el Ministerio de Trabajo declaró la huelga ilegal a los cuatro días de iniciada, a raíz de lo cual la administración de Essalud anunció el despido o la aplicación de descuentos salariales a los médicos que no asistieran a sus labores.
No obstante lo anterior, según una carta remitida por la Presidencia del Consejo de Ministros al sindicato de Essalud, parecería que el Gobierno está considerando ahora ceder a las demandas de los ex huelguistas y, esencialmente, pasar sobre sí mismo. Así, no habría sanción alguna para quienes participaron en la huelga pese a su declarada ilegalidad, con lo que no se acaba de entender el sentido de haberla declarado ilegal en primer lugar. Por otra parte, habría un aumento generalizado para los huelguistas, sin ninguna exigencia meritocrática que, a cambio, asegure un mejor servicio a los pacientes. De hecho, ni siquiera se negociaría para este aumento la ampliación de la privilegiada jornada laboral de seis horas que hoy tienen estos trabajadores. Ciertamente, al Estado parece importarle mucho más sacarse la papa caliente de los huelguistas que mejorar la calidad del servicio que da a los pacientes a su cargo.
Como suele suceder en estos casos de claudicación estatal de la ley, sería un error pensar que las repercusiones de no sancionar – y más bien premiar– esta huelga ilegal no van a ir más allá de la misma. Si es rentable hacer una huelga que ponga en riesgo la salud de los peruanos que dependen del Estado, ¿por qué no valdrá la pena hacer otras que pongan en riesgo los servicios de electricidad, agua, saneamiento, desagüe, penitenciarios o de policía?
No será novedad, es cierto, si el Gobierno reacciona frente a los médicos como acostumbra hacerlo ante cualquier protesta social que levante suficiente alboroto: cediendo sin importarle que tiene la ley de su lado e ignorando los abusos cometidos por los protestantes. Pero sí agregaría una raya más al ya cargado tigre de nuestra inestabilidad, reafirmando por enésima vez la que se ha convertido en la triste norma fundamental del país: la ley sugiere y el tumulto manda.
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