La Pontificia Universidad Católica del Perú enfrenta estos días una de las decisiones más cruciales de su larga y fecunda existencia. Establecida actualmente como la universidad de mayor rango en el Perú, y reconocida como una de las más destacadas de Latinoamérica, debe su prestigio sustancialmente al equilibrio institucional y académico que ha logrado forjar a lo largo de casi un siglo de existencia, una calidad cifrada fundamentalmente en la amplitud con que conjuga los aspectos esenciales de su tarea universitaria: un permanente escrutinio crítico de la realidad peruana, rigurosa y comprometidamente asumido, y una apertura ecuménica hacia un entorno global crecientemente complejo y polémico.
Para la enorme mayoría de los profesores, estudiantes y funcionarios que han discurrido por sus aulas, departamentos y oficinas a lo largo de sus más de 90 años de existencia, particularmente en los últimos años ha constituido un reducto privilegiado en el Perú para el fomento riguroso del aprendizaje y renovación del conocimiento humanístico, científico y artístico, y un espacio para el enjuiciamiento auténtico de los cruciales avatares que han debido afrontar el Perú y la cultura global en las últimas décadas.
Aunque no estudié en la PUCP, el inicio de mi vida universitaria estuvo ligado al ambiente fecundo que se vivía entonces en los locales que la PUCP ocupaba en el centro de Lima, tanto por el componente humanístico que siempre impregnó mi vocación arquitectónica, cuanto porque muchos de mis más cercanos compañeros de colegio iniciaron allí sus estudios de Letras. Casi medio siglo después, al dispensárseme el honor de crear en la PUCP su Facultad de Arquitectura y Urbanismo, pude sumergirme recién en el ambiente estimulante que había contribuido tanto a procurarme aquel sustento humanístico.
Invoco estos recuerdos porque el trasfondo edificante y formativo que conllevan contrastan dolorosamente con el clima de zozobra institucional que desde hace años viene buscando imponerle la jerarquía eclesiástica católica a la PUCP, un desafío que perturba la esencia de una institución cuyo funcionamiento propala entre sus miembros y ante la sociedad peruana los valores cristianos de la tolerancia, la solidaridad, la honestidad y la importancia de la educación –impartida y fomentada con un empeño riguroso– como el medio más propicio para superar a la pobreza y acceder a la plena libertad individual y social.
Ante esta evidencia, unas exigencias cifradas sustancialmente en argumentos normativos pretenden avasallar la predominancia de un espíritu cristiano que es prodigado en la PUCP exento de las deformaciones que el poder o el fanatismo suelen introducir en el orden social. Ante la obstinación de perturbar una expresión tan ejemplar del auténtico sentido católico, solo cabe explicarlo como una desviación moral que antepone cuestiones terrenales y jerárquicas a los valores sustanciales de la ética cristiana. La ostensible evidencia de que en la PUCP predomina abrumadoramente un fraternal y solidario espíritu gregario, claramente concordante con los valores sustanciales del cristianismo esencial, sitúa en el ámbito de unos intereses faccionales ajenos al espíritu magnánimo y caritativo de la fe cristiana, la insistencia jerárquica por introducir cambios formales en su estructura de gobierno y en el manejo de sus recursos económicos.
La PUCP constituye en el Perú actual una de las instituciones que mejor encarna la vigencia del espíritu cristiano, en tanto alberga a una comunidad académica plural en la que se practica cotidianamente una convivencia tolerante que permite ejercer naturalmente el fecundante intercambio de la solidaridad y el interés por todo aquello que concierne al bien común. Atentar contra ese logro anteponiendo exigencias formales que responden a intereses de grupo claramente ajenos al espíritu gregario e incluyente que ha inspirado los últimos años a su accionar académico amenaza destruir uno de los bastiones más sólidos del cristianismo en el Perú, aquél que sitúa en la exaltación de la persona humana –y no en la defensa de privilegios jerárquicos– la importancia esencial del cristianismo.
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